2009/10/21

los niños...♥♥



Habíamos dejado a los niños en la tienda donde querían comprar un catálogo de hadas, pero no tenían dinero:
. ¿Por qué no tenían dinero los niños? – volvió a preguntarme el niño.
. Bueno, porque no. Seguramente porque eran niños. Pero a veces no hace falta dinero para conseguir las cosas. Ten paciencia y ya verás como sigue la historia. Los niños salieron a la calle a buscar unas monedas de oro de hadas. Pasaban por allí unos gnomos que volvían de trabajar en la mina de diamantes. Iban muy contentos exhibiendo las joyas que habían encontrado y haciéndose bromas los unos a los otros. El niño se agachó al paso de los gnomos y preguntó a uno de ellos: “Perdone señor gnomo, ¿cómo podemos conseguir dinero para comprar un catálogo de hadas?”. El pequeño gnomo un poco asustado por el tamaño enorme de los dos turistas del bosque contestó: “En el país de las hadas el dinero lo dan los buenos sentimientos. Hay muchas formas de conseguirlo. Para vosotros la más fácil es recoger unas hojas secas del suelo, ponedlas dentro del bolsillo, y pensad en algo agradable, algo que despierte una sonrisa en alguien cercano a vosotros.” La niña salió corriendo hacia un árbol pequeñito que había cerca de allí mientras daba las gracias al gnomo por su ayuda. Ante el asombro de su hermano, la niña cogió tres hojas secas del suelo, las metió en un bolsillo donde llevaba unas canicas de cristal de colores, cerró los ojos y pensó en el momento en que su papá llegaba a casa cada tarde y después de abrazarle le hacía cosquillas. Metió la mano en el bolsillo y, sorprendentemente, sacó tres monedas de oro de hadas. Su hermano empezó a reír de alegría y apresuró a la niña a volver a la tienda. Esta vez el duendecillo les vendió el catálogo de hadas. Era un libro muy muy pequeño, tan pequeño que se podía coger con dos dedos, y con unas letras y dibujos imposibles de ver a simple vista. Antes de que se fueran el tendero les dijo: “Niños, tomad. Es una nuez llena de polvo de hadas. – y con aire comercial añadió – es un regalo de la casa a unos nuevos clientes.” La niña metió la nuez en el bolsillo del vestido y se fueron muy contentos, auque pensando en cómo descifrarían lo aquel libro microscópico contenía.

A la salida del pueblo la nube que les acompañó ya no estaba, sin embargo el niño vio unas mariposas que conocía de haber jugado en el parque a correr detrás de ellas. Así que decidió seguirlas hasta la salida del país de las hadas, es decir, hasta la entrada del parque.
Llegaron a casa con el libro de hadas, y sin hacer caso al cansancio, se metieron en la habitación de juegos con la lupa de papá. Allí estuvieron mirando las hadas y lo que cada una podía hacer hasta que llegaron al hada del día y al hada de la noche. El niño leyó a su hermana que el hada del día movilizaba un ejército de hadas amarillas, y cuando se abrazaban, formaban el sol. De la misma forma, el hada de la noche hacía que las hadas blancas brillaran en el cielo al anochecer. Algunas por separado eran estrellas, y otras, abrazadas unas a otras, eran la luna. A partir de ese momento la niña dejó de tener miedo a que anocheciera, y cada tarde, salía a la terraza a ver cómo se escondía el sol, imaginando, desde su pequeña altura, que cada brillo que veía era un vuelo de alguna de las hadas que sólo ella y su hermano conocían.

A la mañana siguiente los niños desayunaban en la cocina mientras su papá iba de una habitación a otra murmurando algo que ellos no lograban entender. El niño preguntó a su padre: “¿Ocurre algo papá?” El padre, muy enfadado contestó: “Pues sí. Resulta que iba a salir a cazar mariposas y alguien ha roto mi red. Y cuando iba a mirar las mariposas de mi colección, no he podido porque no encuentro la lupa. – Y añadió mirándoles con cara de abogado – por cierto, ¿vosotros no sabéis nada de esto verdad?” El niño contestó con seguridad en la voz: “No papá. No sabemos nada. Pero tu colección de mariposas ya está completa. No creo que necesites cazar más mariposas.” Aprovechando la regañina, la niña puso un poco de polvo de hadas en la taza del café de papá sin que le viera. Éste, después de tomárselo, empezó a sonreír y olvidó lo que le había ocurrido. Cuando papá salió de la cocina la hermana dijo al niño sonriendo: “Has roto la red del cazamariposas de papá.” El niño dijo: “No podemos correr el riesgo de que cace sin querer un hada.” Los dos se miraron sonriendo y en cada una de esas sonrisas guardaron su secreto para siempre.

- ¿Te ha gustado el cuento? – pregunté al niño.
- Sí. Me ha gustado mucho – respondió cerrando los ojos y los oídos.
- Bueno, si tienes miedo de algo, me lo puedes decir. Quizá podamos solucionarlo.
. No gracias. Ya no tengo miedo – me dijo el niño apretando una nuez que tenía dentro del bolsillo.
- Y por qué no tienes miedo – le pregunté aun sabiendo la respuesta.
- Porque no – y soltó una carcajada.

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