2009/08/21

alguna vez♫♫1♥





Alguna vez adiviné el camino que el cielo debía marcar a mis pasos desnudos, más nunca supe, a ciencia cierta, si cada uno de los peldaños que subía me dirigían hacia arriba o hacia abajo, porque la gravedad, cuando no es demasiado grave, no importa lo suficiente.

Anduve, correctamente, correteando entre sueños inconclusos que se transformaban a mis dedos en pesadillas grises, obligadas a despertarse. Yo sé que hay cosas diminutas, invisibles a los ojos de la gente, y conozco de países que nadie podría marcar en mapa, donde se puede volar libremente sin sacar ningún permiso. Puedo narrarte al oído la memorable historia de un perdido gigante o describir sin dudar las arrugas que al aire vencen cuando se aproxima al arrullo de los mares verdes. He visto, con mis propios ojos ? no recuerdo si cerrados-, el palpitar del corazón de una mariposa colorada que despertó en la boca de una niña, escapando como beso, hacia otras bocas privadas de aleteos nuevos.

Podría tararear la sinfonía incompleta, non nata, de un compositor infantil mientras andaba hacia su casa con la mochila cargada del hombro, él conoció al pirata que con ojo tuerto lo retaría a luchar con almohadas una tarde de invierno antes de ir a la cama. Una vez, y sin que sirviese de precedente, vi una sirena sumergirse en las profundidades del mar, allí donde se encuentran las ciudades que la humanidad ha olvidado.

También creí olvidarme del susurro triste de aquel duende diminuto que se colgaba en mi oreja a contarme los males del tiempo, pero lo recordé el día en que una mosca feroz lo devoró de un trago para que no volviese a incordiarme con miedos infundados ? por esa otra razón que a veces me reconozco-. Antes de eso yo sabía de gente que tenía un cazo debajo de cada ojo, para llevar la contabilidad de las lágrimas derramadas con razón, sin razón, por dolor, por pasión o pena. Intenté imitarlas, pero el vicio era costoso, y acababa llorando por tonterías sólo por hacerme millonario.

Una vez supe lo que era escribir y contar historias, podía dejar la tinta salir de las uñas de mi mano derecha para dibujar las cosas que sólo se entienden desde y para el papel. Pero me corrió el aburrimiento de mis prácticas diarias y acabé corrigiendo una y otra vez textos a punto de morir. Deseé resucitarlos y descubrí que sólo renacían eternamente, una y otra vez, hasta el día del juicio.

Las hormigas me saludaban cuando no les resultaba tan lejana y no escapaban de mis pasos, tuve una luciérnaga enredada en el pelo como un pasador brillante de última moda, pero no recuerdo si fue mientras andaba por un bosque inventado o hablando con mi abuela en el porche de su casa. Cuando todo era demasiado grande para alcanzarlo escuché la voz de las hadas, pero después se me olvidó y, aunque a veces un pájaro mudo me las recuerda, soy incapaz de saber si me cantan o me hacen burla.

Mi único valor, que me mantiene inmune a esas voces divididas entre tantos filósofos eruditos, científicos y biólogos de la razón, es poder recordar lo que era, lo que son las cosas que pasan desapercibidas a los ojos de los cuerdos y que maravillan a los niños llenándolos de locura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario