2009/11/12


Nada se compara a la dicha de acercarse al ser amado, de acercar los corazones, de fundirse los cuerpos, de abrazarse como aferrandose el uno al otro. Así me siento cuando hago el amor con él. Sentir su peso sobre mi cuerpo, verme reflejada en sus ojos mientras él parece deleitarse con el paisaje de mi cuerpo desnudo que se abre ante su irrupción. Mi vagina le da la bienvenida, con el nectar que mi cuerpo le prepara, y mientras besa mis labios, mi pecho, mi vientre, sé que el destino final será hasta allá abajo, donde vibro con facilidad. Y al encontrar mi vulva fresca, goteando excitación y lujuria, el jugueteo de su lengua arranca gemidos que parecen encenderlo más. Mi cuerpo es arcilla, moldeable, caliente, se acopla perfectamente a sus durezas. Y así entra, me penetra, ese vaiven que poco a poco vuelve mi cuerpo delirar por el suyo. Hasta que el paroxismo llega a un límite, una escarpada cima a la que llegamos al unísono. Lo siento depositar dentro de mi todo el flujo de su pasión. Y quedamos asi, abrazados, queriendo el tiempo detener.

Su torax parece haber sido esculpido por algún artista del Renacimiento, me pierdo en la orografía de sus pectorales mientras se duerme junto a mí. Velar ese sueño es mi mayor felicidad, verlo descansar junto a mi después de haberme gozado, poder apartar su cabello de su frente, y besarlo con la delicadeza con la que se acaricia una burbuja. Para no despertarlo…

Así se siente hacer el amor con amor. No quiero estar con otro. No quiero diluir sus besos, no quiero sacarme su aroma, no quiero desprenderme de su recuerdo. No podría copular por el mero hecho genital de frotar mi cuerpo con el de otro hombre que no sea el hombre que amo. No puedo entregarme a otro después de haber hecho el amor con el hombre que amo. No quiero borrarme sus caricias, no quiero compararlo, no quiero estar con nadie más, nunca.

Te amo . Estar contigo la sensación más cercana a estar en el cielo.

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