2009/11/14


Un beso lujurioso precintó su semblante, la despojó de sus fantasmas, la limpió de sus miedos y la lleno de amor.
El alma miraba el cielo, quebrada justificaba los días dormidos en la quimera del desastre; mientras el trino de un ave endulzaba sus oídos regándole a la vida.
Sus alas acariciaban su nariz, cosquillaba sus mejillas enriqueciendo sus sentidos, revoloteaba en sus cabellos como niño caprichoso.
Un torrente de tranquilidad, una fresca de aire nuevo en sus pulmones renacía, ese pichón atrevido en su infante picoteo lograba demostrarle el fenómeno de creer.
Lo abrazó contra su pecho, lo observó en el latir parido, sus ojos eran firmes, sus lágrimas por las de ella, su hombro perpetuamente en su boca.
Recordó, siempre estuvo allí cantándole a su oído. Era él, su trino el oleaje húmedo del mar.
Despertó del torbellino causado por la desazón y la parálisis.
Alcón de grandezas, le obsequio sus alas aquella primavera, le hizo un camino de rosas y la elevó entre sus manos para darle sus primeros pasos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario