2009/05/05

vueltas.. y...





-Mis piernas no pueden más, están cansadas y adoloridas - Decía ella-
Ahora no es por el caminar, es por una danza, una bailarina que va descalza, una bailarina que hace casi quebrantar sus huesos y sus llagas se ven a través de la blancura de su piel. Traspasando sangre vuelta en coágulos internos atorados en su venas, como arterias.

Una bailarina que está cansada, porque hace piruetas, tan singulares que el cuerpo ya no respeta a las reyes gravitacionales.

Una y otra vez… vueltas, y más vueltas… giros en los que no podía pensar y menos sostenerse.

De repente todo se volvió negro entre millones de luces de colores y cayó hacia la duela, que parecía de acero, pero que era sólo un escenario; más cuando levantó la mirada, se percató, que sus tobillos estaban destrozados y había hecho todo ese esfuerzo en dar lo mejor de sí, dentro de un adagio, con un ímpetu de allegro, sin darse cuenta que era una pieza romántica… cuyos actos eran incontables por el cansancio y el dolor de los huesos como del esfuerzo.

Cuando cayó y abrió los ojos a la realidad, vio que en verdad no había música, no había luces, ni acompañantes, ni siquiera había un púbico y eso fue lo que más le dolió, esforzarse por tanto, cuando en verdad no había nada más que en su propia mente y no había servido de nada el esfuerzo que había hecho.

Ahora la duela estaba manchada de sangre y los huesos estaban quebrados, más el dolor que sentía, el más profuso, es que no se había percatado de nada, por no abrir lo ojos y ver que en realidad estaba sola y al encontrarse con los tobillos, como los dedos quebrados, su carrrera había llegado al final, sin ni siquiera tener un comienzo.

Sólo sabía que era una pieza de ballet romántico y como en todas las obras de ese género, siempre terminan en tragedia.

Ahora no podía levantarse, y estaba sola, en medio de la oscuridad, sintiéndose derrumbada y caída como lo estaba ya.

Cerrando los ojos y escuchando la “Muerte del Cisne” entre ropas blancas que estaban ensangrentadas ya y que implicaban un final… para una bailarina, que pudo obtener lo mejor, si hubiera sabido lo que había en la realidad, porque ahora ya no había porque luchar, ahora sólo podía llorar, sin levantarse, tal vez para nunca jamás.

No sé supo nunca de ella jamás.

Y sus pasos como la música de Tchaivosky, todavía se escuchan por las noches lúgubres de ese teatro, con telones rojos y arañas en el techo, sin saber, si esa fue en realidad una bailarina o el espectro de alguien más.

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